Madrid no tendrá playa pero es una de las ciudades más efervescentes y que más despierta mi interés durante el verano. Cada año, asiento mi culo en esta frenética urbe y cada año me ofrece más y diversas actividades donde no dormir pero si soñar.
Además de conciertos, cursos, cañas y despiporre, he disfrutado de algunas de las exposiciones (artísticas y no tanto) gratuitas donde siempre hay un aire acondicionado para refrescar tu cuerpo y tu mente.
Comenzaré con la ya mencionada exposición de Richard Hamilton. Un recorrido realmente fascinante por su vida y obra. Una de esas exposiciones donde volvería una y otra vez a descubrir cosas nuevas y pequeños detalles. Nosotros la disfrutamos a partir de las 19 h cuando el acceso al Museo Reina Sofía es gratuito.
En el céntrico Palacio de Cibeles, ese lugar grandilocuente donde la gente se para a hacer fotos pero muchas veces no entra a sus entrañas, se encontraba, entre otras exposiciones, la Bienal de Arte Contemporáneo de la Fundación Once. Disfrutamos de obras de artistas como Germán Gómez, Vicente Talens o Kaarina Kaikkonen. Aunque sorprendente, refrescante y conceptualmente interesante me resulto la obra “Caudal” de Daniel Canogar.
Nada tienen que envidiarle al Palacio los muros y sótanos del Centro Social Autogestionado de Tabacalera. Un espacio con mucho arte, pero que no está enmarcado.
Después un mes de intenso trabajo y asimilación de conocimientos, me refresqué con la retrospectiva de Henri Cartier Bresson. Albergada en el edificio de la Fundación Mapfre del Paseo de Recoletos , esta exposición está llena de verdades a modo de fotografía. Un recorrido, un poco complejo, que te permite adentrarte en profundidad en la cabeza del que dispara. Trabajos cuidados, detalles, y mucho, mucho blanco y negro. Sus instantáneas dan buena fe de un siglo lleno de idas y vendidas.
Tras despedirme del emocionante de julio y dar la entrada de nuevo a agosto, el sábado por la mañana levantarse de la cama fue fácil. Me esperaba en la Fundación Juan March (un lugar donde suelen tener exposiciones bien montadas, con una historicidad detallada y una visión muy interesante de cómo hacer disfrutar al espectador) una muestra de libros de artista de su colección particular. Me hubiera llevado alguno para casa, pero estaban en vitrinas, joyas como esas hay que cuidarlas con detalle y admiración.
Paseé por el Retiro antes de irme, y allí, esperándome, estaba Kerry James Marshall. Una hostia de cotidianidad de su sociedad y su entorno que me acercó a su sensibilidad y técnica.
Por el Prado, ni pasé, los bolsillos del pueblo llano tienen demasiados agujeros como para poder deleitarse con clásicos. No está hecha la miel para la boca del asno…